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Una reflexión a propósito del Día del Periodista

Por: Ariel Cabral
Ariel Cabral
Es deber de un periodista velar por los intereses de la sociedad. Es su único compromiso y responsabilidad innegociable; a ello debe ceñirse. No son pocos los periodistas nuestros que, conscientes de su rol ante la opinión pública, denuncian los atropellos del poder. Otros, empero, no lo asumen. 
El ejercicio de este, considerado por muchos un sacerdocio, no está exento de riesgos ni escapa a las presiones de grupos particulares que buscan consolidar su señorío y dominio sobre las demás estructuras sociales, especialmente en los menos favorecidos. La actividad periodística se ve mermada por intereses ajenos, sumándose a éstos varios peligros que amenazan a la clase.
Según Rafael Molina Morillo, veterano comunicador y actual director del matutino El Día, el periodista debe combatir la corrupción y señalar los defectos de “por allí y de por aquí”.
Sostiene la necesidad, sin embargo, de corregir muchas cosas, entre ellas la conducta de quienes ejercen esta “profesión ingrata, difícil y mal pensada”. Morillo señala que el principal riesgo de la libertad de expresión son los mismos periodistas y la corrupción imperante en aquellos que se acomodan por ventajas y situaciones que les favorecen e independientemente de lo que pase en su alrededor todo el mundo.
La fecha es propicia, más que para felicitar a los periodistas, para hacerles un llamado a que reflexionen en los códigos deontológicos de la profesión; se consoliden en ellos; los apliquen y se conviertan así en celosos guardianes de la libertad de expresión e información.
Felicitaciones a los que ejercen el, considerado por el fallecido Gabriel García Márquez, el mejor oficio del mundo.

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