Chicago, 16 de octubre de 1956. Frank Lloyd Wright, entonces el más famoso arquitecto en Estados Unidos, organizó una conferencia de prensa en la que reveló la milla Illinois, un rascacielos con una altura que cuadriplicaba la del Empire State.
En junio de este año se cumplieron 150 años del nacimiento de Wright, quien entonces tenía 89, y con el museo Guggenheim en plena construcción en la Quinta Avenida de Manhattan, se mostraba más radical y provocativo que nunca.
El proyecto Guggenheim, controvertido por la forma del edificio, lo había hecho popular entre los medios de comunicación neoyorquinos e incluso había protagonizado un concurso de televisión ese verano.
Wright era sumamente inteligente y adelantado a su época, no sólo en lo que respecta a la arquitectura, sino también a la política y a la ética.
Era, sin duda, un maestro del sarcasmo.
Una vez le dijo a un cliente se lo llamó para quejarse de lluvia que se filtraba en el techo de su nueva casa —y caía en la mesa del comedor— que moviera las sillas.
Y cuando un tribunal de justicia le preguntó a qué se dedicaba declaró: "Soy el mejor arquitecto del mundo".
Cuando su esposa lo reprendió, él tan sólo le dijo: "No tuve elección, Olgivanna. Estaba bajo juramento".
Desprecio por la ciudad
Sin embargo, a pesar de la brillante ejecución de sus proyectos urbanos en Chicago y Nueva York y de la atención mediática, al octogenario Wright no le gustaban mucho las ciudades.
Lo que le apasionaba realmente era la naturaleza.
El Illinois, diseñado para alojar a 100.000 personas, fue su manera de hacer frente a la expansión urbana, de tratar de escapar de la ciudad y poner a salvo a la naturaleza.
Pero aquel edificio nunca se construyó y Wright, con una carrera a sus espaldas que abarcaba tres cuartos de siglo, tuvo que construir un rascacielos, la Torre Price, de 19 plantas, que abrió sus puertas en febrero de 1956, en Bartlesville, Oklahoma.
Pero la fama mundial le llegó con el diseño de cientos de viviendas estadounidenses.
Una de ellas fue la Casa de la Cascada, Fallingwater, con la que dio un nuevo impulso a su carrera a mediados de los años 30, justo cuando llegó la Gran Depresión, sus críticos comenzaban a tacharlo de anticuado y una generación más joven se fijaba en el modernismo europeo —Bauhaus, Le Corbusier y Mies van der Rohe- que tomaba arraigo en Estados Unidos.
La Casa de la Cascada ha sido reconocida internacionalmente como una obra maestra.
Y está lo más arquitectónicamente cerca posible a la naturaleza.
Fue construida sobre una cascada. Y la roca sobre la que se asienta se eleva por dentro de la sala de estar.
Desde que fue entregada a la Conservación Occidental de Pensilvania (WPC) en 1963 y reabrió sus puertas como un museo, unos cinco millones de visitantes han ido hasta esta remota vivienda al sureste de Pittsburgh para admirar de cerca la obra que reavivó la carrera de Wright.
No es tan fácil lidiar con la naturaleza
El original y bello retiro en la montaña fue comisionado por Edgar J. Kaufmann, un adinerado propietario de unos grandes almacenes en Pittsburgh, y a su esposa —quien también era su prima—, Liliane Kaufmann.
Liliane se esforzó mucho en traer la alta costura parisina al medio-oeste de Estados Unidos.
Kaufmann había pensado en una casa con vistas a la cascada Bear Run, pero Wright insistió: "Quiero que vivas en la cascada, no que sólo la mires".
Así que, después de varios meses con Kaufmann a sus espaldas, Wright dio rienda suelta a su creatividad y produjo varios planos en un tiempo récord.
En ellos se veía una casa de tres plantas con un soporte voladizo sobre la cascada, con un atrevido diseño que combinaba hormigón, acero, vidrio y las piedras del lugar.
Era como si la casa estuviera entre los árboles, las rocas, el río y la cascada.
Su atrevido uso de los voladizos creó una división entre el arquitecto y su cliente, y Wright llegó a amenazar con renunciar.
Pero la parte frente al río comenzó a hundirse tan pronto como se eliminó el hormigón. La humedad se filtraba dejando moho a su paso y las luces del techo goteaban.
Aun así, Liliane, escéptica hasta entonces en cuanto al diseño, comenzó a apreciar la belleza de la Casa de la Cascada y su estructura.
Dijo que veía desde la ventana "un árbol con ramas desnudas entrelazadas" en una carta que le escribió a Wright, "un sustituto de cortinas más que satisfactorio".
La Casa de la Cascada era, sin duda, una propuesta muy diferente a todo lo que había hecho hasta entonces.
Wright, que diseñó cada detalle de la casa, incorporó muchos de los muebles a las paredes.
Era, sin duda, una forma de hacer su gran obra maestra "a prueba de clientes".
Cambios de manos
Hoy los Kaufmann no están, pero los interiores de la casa permanecen en su mayor parte como Wright los diseñó.
La Casa de la Cascada se completó en 1938 y ocupó la portada de la revista Time ese enero. Era, según la revista, "la obra más bella" del arquitecto.
Su precio ascendía a US$155.000, el equivalente hoy día a US$2,7 millones. Wright se llevó una comisión de US$8.000.
El coste de la restauración urgente —se consideró que corría peligró de colapso— fue de más de US$11 millones.
En una café de Pensilvania cerca del lugar se lee: "Frank Lloyd Wright construyó una casa sobre el agua que cae, la cual no debería haber construido", aunque solo los más cascarrabias habrán pensado en el dinero que se gastó para protegerla para la posteridad.
Puede que la Casa de la Cascada haya tenido sus fallos, pero su belleza es trascendental. Y hoy, no tiene precio.
Una historia trágica
En 1952, Liliane se suicidó en la Casa de la Cascada. Edgar murió tres años más tarde.
Su hijo, Edgar Jr, quien fue aprendiz de Wright a principios de los años 30, heredó la casa, que compartió con su pareja, el arquitecto y diseñador español Paul Mayén, quien dio vida al centro de visitantes, el café y la tienda de regalos que abrió en 1981.
Fue Edgar Jr donó la Casa de la Cascada al WPC.
En cuanto a Wright, la famosa vivienda permitió reavivar su carrera y crear algo contra la influencia europea del modernismo que perduró durante años.
Se volvió un individualista comprometido y rechazó unirse al Instituto Estadounidense de Arquitectos.
Cuando alguien le llamaba "un viejo aficionado", Wright, que trabajó hasta que murió a los 91 años, tan sólo respondía: "Soy el más viejo".
Fuente: BBC Mundo
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