Por Abril Peña
Hablemos un poco de política para terminar el año, no soy bruja ni pretendo serlo. Pero si las elecciones presidenciales fueran hoy, el panorama político dominicano sería —más o menos— el siguiente.
En el PLD, aunque muchos no quieran admitirlo, el único liderazgo con reales posibilidades sigue siendo Danilo Medina, a pesar del desgaste, de los errores y de la narrativa que se ha construido en su contra, Danilo conserva un capital político nada despreciable. Hay sectores que incluso lo recuerdan con añoranza. El problema es un “pequeñísimo” detalle: no puede postularse sin una reforma constitucional que lo habilite y que, de paso, también habilitaría a a Luis Abinader probablemente a Hipólito Mejía, hoy, ese escenario no parece ni viable ni políticamente sensato.
En la Fuerza del Pueblo, la tómbola tiene dos nombres —y sí, lo digo en plural—: Leonel y Omar Fernández, el primero carga con tres períodos presidenciales, una marca política aún poderosa, pero también con una alta tasa de rechazo y un partido que sigue siendo débil en estructura territorial. Y hay una pregunta que nunca termina de responderse:
¿qué más puede ofrecer alguien que ya fue presidente tres veces?
Aun así, marca. Y marca bien, dadas las circunstancias.
Omar, por su parte, incluso lo aventaja en algunas mediciones, tiene discurso, proyección y conexión con sectores jóvenes, pero enfrenta un obstáculo serio: la guardia pretoriana no lo acepta. Hay un choque generacional evidente. Su liderazgo aún está en construcción y, aunque cuente con apoyos soterrados del PLD, si yo fuera él esperaría al 2032: más madurez política, liderazgo consolidado, menor peso simbólico del padre y un PRM previsiblemente desgastado tras tres períodos consecutivos.
¿Podrían el padre o el hijo ganar antes? Solo si se dieran dos condiciones simultáneas: una unidad monolítica de la oposición, que hoy luce improbable, y una crisis profunda dentro del PRM o una combinación de crisis económicas y escándalos de corrupción que erosionen seriamente al partido de gobierno. La historia electoral es clara: las crisis suelen sacar a los partidos gobernantes, incluso cuando la oposición no es particularmente fuerte. Muchas veces se vota más en contra que a favor.
Ahora vamos al PRM, allí hay muchos aspirantes, pero no todos están compitiendo realmente por la presidencia. Algunos están apostando, más bien, a encabezar nuevos bloques de poder interno.
A día de hoy, solo dos figuras marcan consistentemente en encuestas, tanto internas como externas, y lo hacen con ventajas de dos dígitos, para desgracia de sus contendores.
El primero es David Collado con una hoja de vida prácticamente sin escándalos, triunfos consecutivos y una transformación comunicacional notable: pasó de encabezar los rankings del “político más aburrido” —cuando a Abinader le decían la tayota y muchos se la tuvieron que comer de desayuno, comida y cena— a liderar los niveles de popularidad. Tiene respaldo empresarial y ha sabido mantenerse alejado de temas que le abran frentes innecesarios.
La segunda es Carolina Mejia, Carismática, sin las excentricidades del padre, transita su segundo período al frente de la alcaldía. Sin grandes estridencias, pero tampoco con logros que marquen época. Su fortaleza está en el reconocimiento partidario; su debilidad, en el bajo nivel de reconocimiento en algunos territorios, un reto que tendrá que enfrentar si aspira a algo más.
Ambos han jugado a lo seguro Y, por ahora, les ha funcionado, los riesgos existen. Uno de ellos es una alianza interna “todos contra uno” para desmontar a Collado, algo que su equipo difícilmente aceptaría sin costo político. Otro, que el pepehachismo no acepte un rol secundario, ni mucho menos ir como vicepresidente. Ese escenario no es menor en un partido donde las lealtades internas pesan tanto como las encuestas.
Por eso, todo dependerá de la madurez política con la que el PRM enfrente su proceso convencional. Si se impone la lógica del “el que gana arrasa”, el partido puede salir con heridas difíciles de cerrar. Si, por el contrario, se entiende que la unidad no se decreta, sino que se construye, el PRM podría llegar cohesionado y competitivo.
En política, los procesos internos mal manejados no se pagan dentro del partido: se pagan en las urnas.

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